Dile que nunca le he pedido nada salvo ahora que no tenemos qué comer. ¿Por qué entonces te va a dar a ti esas papas y ese maíz podrido?
Dile que siquiera una pizca de lo que gasta en los carnavales, en los bailes que hace para tantos vagos y en sus fiestas sociales. Que algo te dé a ti, no a mí que soy su hija, sino a ti que eres su nieta y que eres tierna y pequeña. Y que llevas su sangre y hasta su nombre
(Y mi madre llora desesperada, con una honda y desgarradora amargura. Y cuando deja de llorar se enoja peor. Y tiembla de indignación).
O, acaso, ¿no se conmueve de unos niños tan indefensos? ¿Acaso, no llevan todos, su sangre? Pero estas papas vas y lo dejas ahí. Si no te recibe lo dejas de todos modos, ahí en las gradas o en el suelo, con canasta y todo. A ver, ¡que ella las coma! ¡Qué hora te mandé a pedirla nada! ¡Para recibir esta ofensa! ¡Y como si no fuéramos gente!
Y por el llanto desgarrado de mi madre, o quizá porque a su pequeña edad también estaba harta de tanta pobreza por un lado y de tanto dispendio de mi abuela por otro. Fue tal y como mi madre lo indicó, quizá también cansada de tanta escasez, pobreza e indiferencia.